jueves, 13 de agosto de 2009

Solo


Ese verano decidieron llevar a las niñas a la playa. La tranquilidad que les proporcionaría el sonido del mar les vendría bien. Hacía tiempo que algo no funcionaba en la relación y se tomaron aquel viaje como la salvación definitiva o el ocaso de aquella historia. La subida al cielo o la bajada a los infiernos.

Si habían aguantado tanto era por las niñas. No era que discutieran ni que no se llevaran bien. Ni siquiera era que ya no tuvieran objetivos comunes. Simplemente habían perdido poco a poco la comunicación. El transcurso del tiempo había hecho que cada vez hablaran menos, como un reloj de arena deja escapar grano a grano el tiempo acumulado en su parte de arriba.



Cuando llegaron a la playa, las niñas se lanzaron al mar. Era una tarde de mucho calor. Ella se tumbó en la correctamente colocada toalla y se dispuso a adquirir el muy deseado moreno de playa. Ya pensaba en la envidia que les daría a sus amigas cuando estuviera de vuelta.




Mientras, él se colocó sus cascos y pulsó el "Play" en su "Ipod". Pronto comenzó a sonar el último disco de Bruce Sprinsteen y, sin ni siquiera quitarse la camiseta, se dispuso a dar vueltas por la orilla del mar. Al mismo tiempo que sonaba la música movía los dedos como si fuera él mismo el que pulsaba las cuerdas de la guitarra y de vez en cuando echaba una ojeada a las niñas que jugaban a salpicarse agua a pocos metros de donde él daba sus paseos al compás de la música.


Una hora más tarde decidió volver con su esposa a cobijarse del sol bajo la sombrilla. Se quitó los cascos y volvió la cara hacia ella, que seguía bronceándose. Así, se quedó un rato contemplándola y pensó que aún con el sudor en su cuerpo provocado por el calor seguía siendo muy bella. Y sintió que la amaba.


Entonces separó los labios e hizo un amago de decirle algo, cualquier cosa con tal de entablar una conversación por absurda que fuera, con tal de intentar salvar los últimos resquicios de su ajado matrimonio. Pero se quedó en eso, en un amago...



Bajó la cabeza y miró la arena. Se quedó un pequeño instante así, con la cabeza bajada mirando las conchas entre la arena. Entonces se tumbó en su toalla boca arriba, se volvió a colocar sus cascos y se quedó mirando el revolotear de una cometa sobre sus cabezas, en el gran cielo azul .

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